Cuento de Navidad.
Antonio Gala
Nada se olvida. Yo, por lo menos, no me olvido de nada. Lo que sucede es que hay cosas que no entiendo bien, y puede dar la impresión de que no las recuerdo; pero no es así. Con él vivo desde hace mucho tiempo. He perdido la cuenta, porque yo no mido el tiempo por años, sino por navidades, y en alguna no me han despertado. (Creo que hay animales que duermen en invierno; yo, al revés que ellos, duermo cuando no es Navidad)
Lo conocí estando yo casi recién salido del horno, casi recién pintado.
Me acababan de sacar por primera vez a la calle, y todo me pareció maravilloso. No podía imaginar que el mundo pudiera ser tan grande , tan sonoro y tan coloreado. Yo estaba en una repisa junto a muchas panderetas , sonajas y zambombas. (Sí; de eso puede hacer muy bien cincuenta navidadades) . Las radios vociferaban lo que supe luego que era la lotería más famosa : unas voces de niños gritaban números y cantidades de dinero. La gente iba y venía por aquella acera de paso...
De pronto llegó él con su niñera. Yo represento unos diez años ; tengo un gorrito que alguien tonto -una tía suya- dijo que era completamente inverosímil, unas botas bajas, un calzón que tira a castaño, una blusa granate y, lo más importante, una pelliza de zalea. Estoy seguro de que él no tendría más de cinco años; pero se parecía a mí en su cara redondita y en sus cachetitos enrojecidos por el frío. La niñera compró una zambomba y dos tambores. Él extendió el dedo , me señaló y dijo:
-Yo quiero ese pastor .
La niñera le advirtió que no se señala con el dedo; él , sin bajarlo, repitió:
-Bueno, yo quiero ése
Fué así como pasé a ser de su propiedad. Me llevó a su casa. (...)
Aquella Navidad él consiguió ponerme en primer término. Se me veía más que a los Reyes, tanto como al establo, y parecía del mismo tamaño que el Castillo de Herodes y que la Anunciación de mis colegas.
-Para eso es mío- decía él.
Cuando pasaron unos cuantos días me envolvió en papel de periódico y me guardaron con otras figuras en una caja grande. Entonces me dormí. Él me despertaba todas las Navidades con la misma alegría.
Siete después lo noté muy pensativo. Yo seguía igual, y él ya me llevaba un par de años y estaba bastante alto. Se quedó, conmigo en las manos , mirando sin mirar.
El mismo día 25 vino acompañado. Estaba más encendido que nunca. Yo comprendí que aquella compañía era lo que le hacía pensar y alejarse.
-Éste es sólo mío- dijo acariciándome , como si me presentara.
Yo sé que las otras figuras son mejores, más grandes, más antiguas y algunas hasta más rotas , pero él me acarició y dijo:
-Éste es sólo mío
Yo me sentí orgulloso.
Luego han pasado muchas navidades. En un par de ellas no se puso nacimiento, porque la casa estaba triste y no había niños. Entonces él me sacó de mi caja y me llevó de viaje con todas sus cosas. Desde ese día no nos hemos separado ni una Navidad siquiera... (..)
Hemos pasado por diversas casas, las recuerdo muy bien. Hubo una chiquita en la que él estaba tan feliz que me dio miedo. No es que yo lo adivinara, él me lo dijo . Desenvolvió el papel , ahora de seda, me tocó la cara con sus dedos tan grandes y me dijo:
-Soy feliz, pastorcillo.
Tuve miedo; es una tontería lo sé, pero lo tuve. Me he despertado en otras dos casas y siempre he echado en falta a aquel niño de carita colorada y labios redondos que me dijo : "Quiero ése..." por supuesto , él tiene conmigo todas clase de atenciones; más , en ésta última casa no me duermen: estoy sobre una estantería en un cuarto de servicio, entre jarras preciosas y candeleros y algún libro de cocina. La verdad es que no duermo, pero tampoco lo veo.
Unos días antes de Navidad entró ( él es tan mayor como sus padres cuando lo conocí) , me toma sonriendo (¿por qué me entristecerá esa sonrisa? ) y me pone con otras figuras de barro . (...) Se queda un ratito mirándonos, con esa cara que se le pone cuando no está donde repica.
Yo sé que las cosas de dentro, por bien que le vayan las de fuera, no le van bien. No es que lo sepa, es que lo siento.
(...)
No puedo dejar de preguntarme qué sucederá en esas navidades en que él no me coja de la estantería, ni me ladren los perros , ni confunda el buey con un Rey Mago. (No por falta de vista, yo no he envejecido; es él quien me preocupa : sus ojos y sus manos no son los mismos, ni él.) Si un año se que es Navidad y él no ha venido, cerraré los ojos y me dejaré caer desde la estantería. Con cabra y todo.
Yo sin él no quiero seguir siendo pastor nacimiento.
Antonio Gala
Los invitados al jardín
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