Si el amor aprieta, no es tu talla
En los últimos diez años, en la España de Camilo José Cela, Jardiel Poncela, Francisco de Quevedo y don Juan Tenorio: 1.054.000 denuncias por violencia de género, 602.075 retiradas, 33 falsas, 109.000 sentencias absolutorias, un 36,6% el número de víctimas negándose a declarar contra el maltratador, 700 mujeres asesinadas, y un recorte del 28% en los PGE para la lucha contra esta lacra. Este es el balance de un sexismo hostil del que es contrario el 80% de la población, pero sólo un 20% del machismo benévolo, ese que no asesina físicamente, pero es más, mucho más, destructivo, porque no solo no se ve, sino que actúa tratándote como a una reina, transformando el puño que golpea en la mano que acaricia, protegiéndote y encerrándote en una jaula de oro.
Las mujeres hemos sido educadas para gustar, ellos para elegir, los hombres para mandar y ellas para cuidar, por eso cuando la encuesta del CIS pregunta por el grado de preocupación que tienen los españoles por la violencia de género, ocupa el puesto 22 en la lista. Cifra insoportable e inmoral, relacionada con la vigencia de un patriarcado que tiene una gran capacidad de adaptación y de normalización, sin considerar que la violencia de género tiene ya carácter de «pandemia», teniendo en cuenta que el maltrato es la causa de cuatro de cada diez asesinatos de mujeres en el mundo.
La alerta crece, cuando reconocemos que la violencia en la juventud es un grave problema de salud pública, con fuertes raíces socioculturales aprendidas, ya que el número de adolescentes maltratadas se ha multiplicado por tres en los dos últimos años. Por ello, los casos de acoso en la escuela o en Internet, contemplados con cierta pasividad, son casi tan graves como el propio acoso. Reconocer que existe esa agresión, y acabar con la excusa de que «son cosas de niños», es inaplazable. Empieza por la alerta roja que significa que en España hay diez millones de usuarios de Whatsapps, cuyo porcentaje muy mayoritario corresponde a nuestros hijos y alumnos, aplicación que mal usada está generando una dependencia emocional y social imparable, fomentando la frustración cuando no se recibe una respuesta inmediata, que funciona como mecanismo de control del maltratador temprano. La vacuna se llama: detectar, prevenir y educar (DPE).
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