Carta a mi hijo en su 15 cumpleaños.
Cuaderno de bitácora de Octavio Salazar Benítez
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De aquel día frío de noviembre recuerdo sobre todo las hojas amarillentas del gran árbol que daba justo a la ventana en la que por primera vez vi el sol reflejándose en tus ojos muy abiertos. Siempre que paseo por allí miro hacia arriba y siento que justo en ese lugar, con esos colores de otoño, empezamos a escribir el guión que tú y yo seguimos empeñados en ver convertido en una gran película.
Nunca nadie me advirtió de la dificultad de la aventura, ni por supuesto nadie me regaló un manual de instrucciones. Tuve que ir equivocándome una y otra vez, desde el primer biberón a la pequeña regañina por los deberes mal hechos, desde mi torpeza al peinar tu flequillo a mis dudas cuando no me reconozco como padre autoritario.
Desde aquel 27 de noviembre, que siento tan cerca como el olor que desde aquel día impregnó toda nuestra casa, no he dejado de aprender, de escribir borradores y de romperlos luego en mil pedazos, de empezar de cero cada vez que la vida nos ponía frente a un nuevo desafío.
Nunca fui, y ahora tampoco, de los que entienden la paternidad en una especie de mística que nos convierte automáticamente en hombres igualitarios, ni muchos menos he pensado que sin ella la vida carezca de felicidad posible. Al contrario, creo que es una pieza más de un engranaje mucho más complejo en el que es posible ir proyectándonos hacia fuera y creciendo por dentro, pero ni es la más decisiva ni mucho menos la única. Todo forma parte de un proyecto vital en el que el gran reto está en conseguir una suficiente armonía entre lo que piensas y lo que haces, entre lo que sueñas y lo que construyes, entre el mundo que te gustaría habitar y aquel con el que tienes que lidiar cada día.
A lo largo de estos años, juntos, siempre juntos, como todavía hoy lo seguimos estando cuando te metes en mi cama y me coges la mano como cuando eras un bebé, hemos vivido cambios en nuestras vidas, en muchos casos soy consciente que han sido grandes desafíos para un niño que veía que su orden de siempre dejaba de serlo y se abrían las puertas a la incógnita de otras posibilidades. En estas tesituras siempre has demostrado madurez y generosidad, mucha más incluso que muchos de los adultos que nos rodean y que en muchas ocasiones parecen guiarse más por el egoísmo que por la empatía.
Tu actitud, justo cuando yo estaba más perdido, ha sido la lección más grande que me podían dar, la que mejor ha sustituido el manual de instrucciones que nunca tuve, la que me ha reconciliado con un papel de padre con el que siempre tengo la sensación de estar bordeando el suspenso.
Quince años después de aquella mañana de luces amarillas, de aquella primera playa gaditana y de tantas pequeñas cosas que yo empecé a descubrir gracias a ti, te escribo para darte las gracias por todo lo que cada día me haces crecer. Sin que a veces seas consciente de lo mucho que me importa cualquier palabra tuya, cualquier gesto, cada silencio y hasta cada emoticono que me envías por el whatsapp.
Ahora que andas en plena adolescencia, y en la que tan cuesta arriba se me hace asumir que necesitas tu espacio y que mi mejor papel es respetarlo, empiezo a contemplarte como un ser único, que alza el vuelo pero que siempre vuelve a la roca que espero seguir siendo, y que a pesar de los años continúa transmitiendo la misma paz y la misma alegría que cuando tal día como hoy nos juntábamos toda la familia alrededor de una tarta de cumpleaños.
Hoy, este domingo, deberíamos celebrar que tu concepto de familia se ha agrandado, que por esas jugadas del destino que solo el corazón entiende se ha ampliado tu círculo de afectos y que, gracias a una madre y a un padre que procuran cada día ser fieles a sí mismos, tienes la gran fortuna de crecer con la mente sabia de quien ha dejado atrás prejuicios egoístas y dogmas que generan infelicidad.
Hoy solo quería contarte lo difícil que a veces se me hace sentir que los años se esfumaron y, sobre todo, encontrar la justa medida con la que ahora, a tus 15, ser un padre imperfecto pero que no renuncia a aprender. Tengo, eso sí, la gran suerte de contar con tu predisposición inteligente y luminosa, con esa sonrisa que nunca falla, incluso cuando hemos tenido alguna discusión, con esa sensibilidad que hace que tengas siempre bien abiertas las antenas de tus emociones y con ese niño que sigue habitando en ti y que espero nunca desaparezca del todo. Gracias a todo eso, el guión continúa progresando adecuadamente y el rodaje de la película, estoy seguro, será todo un éxito.
Rodaremos por supuesto en Córdoba, en Cabra, en Sevilla, en Cádiz y seguramente tendremos que localizar determinadas escenas en Florencia o en Londres. Mientras tanto, mientras seguimos buscando localizaciones y completando el reparto, los dos, tú ya más alto que yo, yo cada vez más rebelde, seguiremos aprendiendo cada día que toda la vida es cine y los sueños cine son. Tal y como yo descubrí aquella mañana de noviembre que en nuestra casa olía a cocido y en la que tu madre, siempre fuerte, me avisó de que estabas a punto de llegar.
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